Desde el Sofá Imaginario

Cuando escribo, me imagino sentada en un sofá con el nivel justo de cojines y almohadas suaves (aunque en realidad, casi siempre estoy en mi escritorio, almorzando). Me imagino con una copa de vino delicioso o una taza de café caliente en la mano (según mi estado de ánimo) con las piernas recogidas y un cárdigan acogedor envuelto alrededor de mí.

A mi lado se sienta alguien en quien confío, alguien que me hace sentir segura. Me toma de la mano y me dice: “Cuéntame qué tienes en la mente.”

Eres tú, la persona que está leyendo esto, si es que aún no has cerrado la página.

Y entonces te lo cuento.
Las cosas serias.
Las tontas.
Las importantes y las banales.

Y luego mi mente racional recuerda que esto es un blog público, así que, poco a poco, palabra por palabra y con un suspiro profundo, borro mis pensamientos más íntimos.

Pero lo más difícil no es borrar.
Lo más difícil es no poder preguntarte a ti.
A ti, mi compañero imaginario en este sofá: ¿Qué te hizo sonreír hoy? ¿Qué te hizo reír? ¿Qué te frustró? ¿Qué te hizo pensar?

Pero esto es un espejo de una sola vía. Yo escribo, tú lees. Tú me ves, yo espero. Pero yo te imagino ahí, cómodo, completamente en paz, listo para contarme también sobre tu día.

Así que, si estás leyendo esto, espero que en algún momento de hoy te hagas un espacio, te sirvas algo rico, te pongas cómodo, y le cuentes a alguien (o incluso al silencio) todo lo que tienes en la mente.

Yo no te oiré.

Pero estaré escuchando.      

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